A la amapola

A la amapola


Yo te vi, triste amapola,
de las flores retirada
mecer la roja corola
entre la espiga dorada.—

Leve el cuello y hechicero
débilmente se agitaba;
y el cefirillo ligero
en tu seno revolaba.—

Del fuego del sol bañada
la cabeza purpurina,
desmayaba sonrojada
sobre la planta vecina.

Y allí entre la rubia espiga
los pajarillos cantores
daban con su trova amiga
a tu belleza loores.

Yo te viera retirada
a la par del rudo espino,
guarneciendo descuidada
el apartado camino.

Al morir la última estrella 
extiendes las puras alas; 
y a la purpúrea centella 
del sol renaciente igualas.

Mas ese tu empeño vano,
y temeraria osadía, 
desde el trono soberano 
castiga el señor del día.

Que su llama en Occidente 
no adurmiera sosegada,
sin dejar tu roja frente 
con sus rayos abrasada.

Y de la noche 
la fresca brisa 
marchita hallara
tu tierna faz.

¡Ay! que tu vida, 
flor desdichada, 
sólo un instante 
brilla fugaz.

Y tu aureola 
pura y luciente 
desconocida 
muere también.

Nace en la aurora,
y al alba nueva 
frágil desnuda 
tu débil sien.

Carolina Coronado (1.823 - 1.911)
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